Every phrase and every sentence is an end and a beginning.

Every poem an epitaph.

/ T.S.Eliot /


miércoles, 1 de julio de 2015


/Por favor: que no haya mirar sin ver./ #AlejandraPizarnik

- John Steinbeck - Discurso Premio Nobel de Literatura, 1962 -


Doy gracias a la academia sueca por encontrar mi obra digna de tan alto honor. En mi corazón puede que haya duda de si merezco el Premio Nobel en vez de los otros hombres letrados por quienes siento respeto y reverencia, pero no hay ninguna duda de mi placer y orgullo en recibirlo.
Es costumbre que el receptor de este galardón ofrezca un comentario erudito o personal sobre la naturaleza y dirección de la literatura. Sin embargo, pienso que sería bueno, ahora en especial, el considerar los notables deberes y responsabilidades de los creadores de la literatura.
Tal es el prestigio del Premio Nobel y de este lugar donde me encuentro, que me siento impulsado a no hablar con agradecimiento y disculpas como un ratón, sino con el rugido de un león por el orgullo que siento de mi profesión y de los hombres grandes y buenos que la han practicado a través de las épocas.
La literatura no fue promulgada por un grupo de sacerdotes críticos, pálidos y emasculados que cantaban sus letanías en una iglesia vacía, ni tampoco es un juego para los elegidos al claustro, los mendicantes de hojalata de un desespero barato.
La literatura es tan antigua como el habla. Surgió de la necesidad humana y no ha cambiado, excepto para hacerse más necesaria. Los escaldos, los bardos, los escritores no son un grupo exclusivo ni separado. Desde el principio, sus funciones, sus deberes, sus responsabilidades han sido decretadas por nuestra especie.
La humanidad ha pasado por un tiempo gris y desolado de confusión. Mi gran predecesor, William Faulkner, al hablar aquí se refirió a éste como una tragedia de temor físico universal, sostenido por tanto tiempo que no hubo ya más problemas del espíritu, de manera que escribir sobre el corazón humano en conflicto consigo mismo pareció ser lo único digno de emprender. Faulkner, más que la mayoría de los otros hombres, estaba consciente tanto de la fuerza humana como de la debilidad humana. El sabía que el entender y el resolver el temor son gran parte de la razón de ser del escritor.
Esta no es una novedad. La encomienda antigua del escritor no ha cambiado. Se le encarga exponer nuestros tantos defectos y fracasos dolorosos, sacar a la luz nuestros sueños oscuros y peligrosos en aras del mejoramiento.
Además, en el escritor se delega para declarar y celebrar la capacidad demostrada que tiene el hombre para la grandeza de corazón y espíritu, para la gallardía en la derrota, para el valor, la compasión y el amor. En la interminable guerra contra la debilidad y la desesperanza, éstas son las banderas brillantes de la esperanza y de la emulación. Sostengo que un autor que no crea apasionadamente en la capacidad de perfeccionamiento del hombre no tiene dedicación ni ningún lugar en la literatura.
El presente miedo universal ha sido el resultado de una ola progresiva en nuestro conocimiento y manipulación de ciertos factores peligrosos en el mundo físico. Es verdad que otras fases del entendimiento aún no han alcanzado este gran escalón, pero no hay razón para creer que no puedan o no vayan a adelantar. Ciertamente, es parte de la responsabilidad del escritor asegurarse de que así lo hagan. Con la larga y digna historia que tiene la humanidad de mantenerse firme en contra de todos sus enemigos naturales, algunas veces en frente de una derrota casi cierta y de la extinción, seríamos cobardes y estúpidos al dejar el campo en la víspera de nuestra mayor victoria posible.
Como podrá entenderse, he estado leyendo la vida de Alfred Nobel, un hombre solitario, dicen los libros, un hombre pensativo. El perfeccionó el estreno de fuerzas explosivas que son capaces de una buena creación o de una destrucción malvada, pero sin tener elección, sin regirse por la conciencia o el juicio.
Nobel vio algunos de los crueles y sangrientos malos usos de sus invenciones. Tal vez hasta pudo prever los resultados finales de todas sus investigaciones: acceso a una violencia absoluta, a una destrucción final. Algunos dicen que llegó a volverse cínico, pero yo no creo esto. Creo que se esforzó para encontrar un control, una llave de seguridad. Creo que la encontró finalmente y sólo en la mente humana y en el espíritu humano.
Para mí, sus pensamientos se reflejan claramente en las categorías de estos premios. Se otorgan en reconocimiento al creciente y continuo saber del hombre y de su mundo, al entendimiento y la comunicación, los cuales son las funciones de la literatura. Se otorgan en reconocimiento a las demostraciones de la capacidad para alcanzar la paz, la culminación de todas las demás.
Menos de cincuenta años después de su muerte, se abrió la puerta a la naturaleza y se nos ofreció la temible carga de la elección. Hemos usurpado muchos de los poderes que una vez fueron atribuidos a Dios. Temerosos y sin estar preparados, hemos asumido señoría sobre la vida y la muerte de todo el mundo de seres vivientes. El peligro, la gloria y la elección reposan finalmente sobre el hombre. La prueba que mide su capacidad para la perfección está a la mano.
Habiendo tomado un poder divino, debemos buscar en nosotros mismos la responsabilidad y la sabiduría que una vez rogamos que tuviera la deidad. El hombre mismo se ha convertido en nuestra más grande amenaza y en nuestra única esperanza. Así que hoy, podemos parafrasear las palabras de San Juan Apóstol: Al final está la palabra, y la palabra es el hombre, y la palabra está con el hombre.

lunes, 29 de junio de 2015

- Roland Barthes -


Saber que no se escribe para el otro, saber que esas cosas que voy a escribir no me harán jamás amar por quien amo, saber que la escritura no compensa nada, no sublima nada, que es precisamente ahí donde no estás: tal es el comienzo de la escritura.

- Alejandra Pizarnik - Diarios -


Si siento algo suavemente benigno cuando escribo estos silencios o cuando surgen las imágenes de mis poemas no es el placer de crear sino el asombro ante las palabras. Nada ni nadie, en mí, se atreve a moverse, a girar, a rodar. Nunca se pone en marcha. Nunca abre la boca si no es para morder en silencio. He sentido dolor y silencio. Sufro o estoy callada. Estar bien es ser al modo de una estatua. Sufrir es ver un color blanco corriendo hacia una catarata ardiente. O como en una película muda el tigre devorando lentamente a la muchacha. Mi asombro ante mis poemas es enorme. Como un niño que descubre que tiene una colección de sellos postales que no reunió. Y si leo, si compro libros o los devoro, no es por un placer intelectual --yo no tengo placeres, sólo tengo hambre y sed-- ni por un deseo de conocimiento sino por una astucia inconsciente que recién ahora descubro: coleccionar palabras, prenderlas en mí como si ellas fueran harapos y yo un clavo, dejarlas en mi inconsciente, como quien no quiere la cosa, y despertar, en la mañana espantosa, para encontrar a mi lado un poema ya hecho. Ésta es mi proeza, éste es mi heroísmo. Cómo es posible que el silencio fructifique de esta manera, cómo es posible que con mi terquedad campesina lo labre tan bien y con buen éxito. No sólo doy imágenes bellas sino reflexiones y hasta anuncio deseos difíciles de expresar: me quejo, hablo, discuto, enciendo, purifico, corrompo, y todo ello con palabras que no son mías, y ni siquiera tengo demasiadas faltas gramaticales; todo sucede como si yo pensara, como si yo sintiera, como si yo viviera. Y no soy más que una silenciosa, una estatua corazón-mente enferma, una huérfana sordomuda, hija de algo que se arrodilla y de alguien que cae. Sólo soy algo que está, algo que no espero que está.

viernes, 26 de junio de 2015


- Arvo Pärt -


Is your art a result rather than a starting point?
If there were no continual effort to start from the beginning there would be no art. I cannot help it but start from scratch. I am tempted only when I experience something unknown, something new and meaningful for me. It seems, however, that this unknown territory is sooner reached by way of reduction than by growing complexity. Reduction certainly doesn’t mean simplification, but it is the way – at least in an ideal scenario – to the most intense concentration on the essence of things. In the compositional process I always have to find this nucleus first from which the work will eventually emerge. First of all, I will have to get to this nucleus. Everything depends on which nucleus, or which part of the nucleus, I choose (or am able to choose at a given time) and on the profundity of consequences. Imagine, for example, you look at a substance or an object through an electron microscope. A thousand-fold enlargement will bviously look different from a millionfold enlargement. Moving through the different stages of enlargement you can see incredible landscapes. Somewhere, though, there is a limit (let’s say at the thirty million-fold enlargement). The landscapes then will have disappeared. What you can see now is a cool geometry: very particular and very clear. Most importantly, however, this geometry will be similar for most substances or objects. At first glance, this geometry has very little to do with the variety of those fantastic landscapes. Landscapes and geometry are, nevertheless, inseparable. The geometry is the point where everything tarts. Geometry and landscapes are not independent from each other but relate as starting point and process. This geometry is an abstraction not unlike a mathematical formula.

Once you’ve found this nucleus, what is the first musical incarnation of the formula?
It can be many different things, yet each one of them would relate to the nucleus only partially. Just as there are many different languages, this ‘artistic incarnation’ can take on many different forms. It does not necessarily have to be a sound. It could be a movement [Arvo Part moves his hand]. It’s got something to do with life, and, with this movement, as it were. Conducting, for example, is a relationship between music and motion. Surely this is not coincidental. I think there is a shared synaesthetic consciousness among painters, musicians and choreographers. I am confident that one thing stands for all. One is all.

Do you need to search for this nucleus every time you make something new?
Somehow, yes. But at the same time not quite. The way to get there is not so simple since the truth is hidden deeply in the human heart.


martes, 9 de junio de 2015

- Jorge Luis Borges - Nueva Refutación del Tiempo -



Negar la sucesión temporal, negar el yo, negar el universo astronómico, son desesperaciones aparentes y consuelos secretos. Nuestro destino no es espan toso por irreal; es espantoso porque es irreversible y de hierro. El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciada mente, soy Borges.


- Emily Dickinson -



I lost a world the other day. Has anybody found?

domingo, 26 de abril de 2015

- Marina Abramovic -


How do you teach performance? It seems impossible. And we know that something you don't teach is charisma. You can't teach energy. You can't teach energy. This experience, the experience of releasing energy in that way, it can only be reached if you go to the ocean, if you go to volcanos, if you go to the top of the mountains, if you go to nature or to people who have ancient knowledge. Teaching is like cleaning the ground in the Autumn. The moment you succeed to clean the ground, the leaves are back. But you have to trust your master if they say you must clean the ground. For performance, the collapse of the rational mind is very important. Sleeping, standing, walking or doing whatever it is, or even doing nothing, it seems like the work of a crazy person. Doing this for five minutes can be ok, but imagine doing this for two months. That learning can't be done from a book, you have to do it yourself. The artist affects the molecules of the air around them in long durational works. Those molecules touch the public. That's a miracle. Face the fear, overcome the fear. There's a key to creation: Never grow up. Never miss the child attitude. Be curious. Don't repeat yourself.

- Julio Cortázar -



Se puede partir de cualquier cosa, una caja de fósforos, un golpe de viento en el tejado, el estudio número 3 de Scriabin, un grito allá abajo en la calle, esa foto del Newsweek, el cuento del gato con botas, el riesgo está en eso, en que se puede partir de cualquier cosa, pero después, después hay que llegar, no se sabe bien a qué, pero llegar, llegar no se sabe bien a qué, y el riesgo está en que en una hora final descubras que caminaste volaste corriste reptaste quisiste esperaste luchaste y entonces, entre tus manos tendidas en el esfuerzo último, un premio literario, o una mujer biliosa o un hombre lleno de departamentos y de caspa en vez del pez, en vez del pájaro, en vez de una respuesta con fragancia de helechos mojados, pelo crespo de un niño, hocico de cachorro o simplemente un sentimiento de reunión, de amigos en torno al fuego, de un tango que sin énfasis resume la suma de los actos, la pobre hermosa saga de ser hombre. No hay discurso del método, hermano, todos los mapas mienten salvo el del corazón, pero dónde está el norte en este corazón vuelto a los rumbos de la vida, dónde el oeste, dónde el sur. Dónde está el sur en este corazón golpeado por la muerte, debatiéndose entre perros de uniforme y horarios de oficina, entre amores de interregno y duelos despedidos por tarjeta, dónde está la autopista que lleve a un Katmandú sin cáñamo, a un Shangri-La sin pactos de renuncia, dónde está el sur libre de hienas, el viento de la costa sin cenizas de uranio, de nada te valdrá mirar en torno, no hay dónde ahí afuera, apenas esos dóndes que te inventan con plexiglás y Guía Azul. El dónde es un pez secreto, el dónde es eso que en plena noche te sume en la maraña turbia de las pesadillas donde (donde del dónde) acaso un amigo muerto o una mujer perdida al otro lado de canales y de nieblas te inducen lentamente a la peor de las abominaciones, a la traición o a la renuncia, y cuando brotas de ese pantano viscoso con un grito que te tira de este lado, el dónde estaba ahí, había estado ahí en su contrapartida absoluta para mostrarte el camino, para orientar esa mano que ahora solamente buscará un vaso de agua y un calmante, porque el dónde está aquí y el sur es esto, el mapa con las rutas en ese temblor de náusea que te sube hasta la garganta, mapa del corazón tan pocas veces escuchado, punto de partida que es llegada. Y en la vigilia está también el sur del corazón, agobiado de teléfonos y primeras planas, encharcado en lo cotidiano. Quisieras irte, quisieras correr, sabes que se puede partir de cualquier cosa, de una caja de fósforos, de un golpe de viento en el tejado, del estudio número 3 de Scriabin, para llegar no sabes bien a qué, pero llegar. Entonces, mira, a veces una muchacha parte en bicicleta, la ves de espaldas alejándose por un camino (¿la Gran Vía, King´s Road, la Avenue de Wagran, un sendero entre álamos, un paso entre colinas?), hermosa y joven la ves de espaldas yéndose, más pequeña ya, resbalando en la tercera dimensión y yéndose, y te preguntas si llegará, si salió para llegar, si salió porque quería llegar, y tienes miedo como siempre has tenido miedo por ti mismo, la ves irse tan frágil y blanca en una bicicleta de humo, te gustaría estar con ella, alcanzarla en algún recodo y apoyar una mano en el manubrio y decir que también tú has salido, que también tú quieres llegar al sur, y sentirte por fin acompañado porque la estás acompañando, larga será la etapa pero allí en lo alto el aire es limpio y no hay papeles y latas en el suelo, hacia el fondo del valle se dibujará por la mañana el ojo celeste de un lago. Sí, también eso lo sueñas despierto en tu oficina o en la cárcel, mientras te aplauden en un escenario o una cátedra, bruscamente ves el rumbo posible, ves la chica yéndose en su bicicleta o el marinero con su bolsa al hombro, entonces es cierto, entonces hay gente que se va, que parte para llegar, y es como un azote de palomas que te pasa por la cara, por qué no tú, hay tantas bicicletas, tantas bolsas de viaje, las puertas de la ciudad están abiertas todavía, y escondes la cabeza en la almohada, acaso lloras. Porque, son cosas que se saben: la ruta del sur lleva a la muerte. Allá, como la vio un poeta, vestida de almirante espera, o vestida de sátrapa o de bruja, la muerte coronel o general espera sin apuro, gentil, porque nadie se apura en los aeródromos, no hay cadalsos ni piras, nadie redobla los tambores para anunciar la pena, nadie venda los ojos de los reos ni hay sacerdotes que le den a besar el crucifijo a la mujer atada a la estaca, eso no es ni siquiera Ruán y no es Sing-Sing, no es la Santè, allá la muerte espera disfrazada de nadie, allá nadie es culpable de la muerte y la violencia es una vacua acusación de subversivos contra la disciplina y la tranquilidad del reino, allá es tierra de paz, de conferencias internacionales, copas de fútbol, ni siquiera los niños revelarán que el rey marcha desnudo en los desfiles, los diarios hablarán de la muerte cuando la sepan lejos, cuando se pueda hablar de quienes mueren a diez mil kilómetros, entonces sí hablarán, los télex y las fotos hablarán sin mordaza, mostrarán cómo el mundo es una morgue maloliente mientras el trigo y el ganado, mientras la paz del sur, mientras la civilización cristiana. Cosas que acaso sabe la muchacha perdiéndose a lo lejos, ya inasible silueta en el crepúsculo, y quisieras estar y preguntarle, estar con ella, estar seguro de que sabe, pero cómo alcanzarla cuando el horizonte es una sola línea roja ante la noche, cuando en cada encrucijada hay múltiples opciones engañosas y ni siquiera una esfinge para hacerte las preguntas rituales. ¿Habrá llegado al sur? ¿La alcanzarás un día? Nosotros, ¿llegaremos? (Se puede partir de cualquier cosa, una caja de fósforos, una lista de desaparecidos, un viento en el tejado) ¿Llegaremos un día? Ella partió en su bicicleta, la viste a la distancia, no volvió la cabeza, no se apartó del rumbo. Acaso entró en el sur, lo vio sucio y golpeado en cuarteles y calles pero sur, esperanza de sur, sur esperanza. ¿Estará sola ahora, estará hablando con gente como ella?, ¿mirarán a lo lejos por si otras bicicletas apuntaran filosas? (un grito allá abajo en la calle, esa foto del Newsweek) ¿Llegaremos un día?

lunes, 20 de abril de 2015

- Juan Gelman - El Atado -



Escribir sin contar es como vivir sin vida. Las palabras serán inocentes, pero no su relación. El contador traza una columna del 'debe' y otra del 'haber' y en la última anota los silencios que supo conseguir. Con las caras de una palabra quisiera hacer piedras y mirarlas todas hasta el fin de mis días. Esas caras siempre tienen otras fugitivas de la boca. Morder la piedra, entonces, es la tarea del poeta, hasta que sangren las encías de la noche. En esa noche navegará sin rumbo fijo, desconfiado de todo, en especial de sí, mirando espejos que cantan como sirenas que no existen. El poeta se atará al palo mayor de su ignorancia para no caer en sí mismo, sino en otro país de aventura mayor, muerto de miedo y vivo de esperanza. Sólo el dolor lo unirá muertovivo al vacío lleno de rostros y verá que ninguno es el suyo. Y todos serán libres.

miércoles, 15 de abril de 2015

- W.B. Yeats -


There is another world, but it is in this one.

- Fernando Pessoa - Libro del Desasosiego -


Vivir es ser otro. Ni sentir es posible si hoy se siente como ayer se sintió: sentir hoy lo mismo que ayer no es sentir: es recordar hoy lo que se sintió ayer, ser hoy el cadáver vivo de lo que ayer fue la vida perdida. Apagarlo todo en el cuadro de un día para otro, ser nuevo con cada nueva madrugada, en una revirginidad perpetua de la emoción: esto, y sólo esto, vale la pena ser o tener, para ser o tener lo que imperfectamente somos. Esta madrugada es la primera del mundo.

martes, 7 de abril de 2015

- ‎John Steinbeck - IN AWE OF WORDS -


A man who writes a story is forced to put into it the best of his knowledge and the best of his feeling. The discipline of the written word punishes both stupidity and dishonesty. A writer lives in awe of words for they can be cruel or kind, and they can change their meanings right in front of you. They pick up flavors and odors like butter in a refrigerator. Of course, there are dishonest writers who go on for a little while, but not for long—not for long. A writer out of loneliness is trying to communicate like a distant star sending signals. He isn’t telling or teaching or ordering. Rather he seeks to establish a relationship of meaning, of feeling, of observing. We are lonesome animals. We spend all life trying to be less lonesome. One of our ancient methods is to tell a story begging the listener to say—and to feel. “Yes, that’s the way it is, or at least that’s the way I feel it. You’re not as alone as you thought”. Of course a writer rearranges life, shortens time intervals, sharpens events, and devises beginnings, middles and ends. We do have curtains—in a day, morning, noon and night, in a man, birth, growth and death. These are curtain rise and curtain fall, but the story goes on and nothing finishes. To finish is sadness to a writer—a little death. He puts the last word down and it is done. But it isn’t really done. The story goes on and leaves the writer behind, for no story is ever done.

jueves, 2 de abril de 2015

- Why Trust Is Worth It -



Alya and Gael have to trust each other. As acrobats in Cirque Du Soleil, they sometimes literally put their lives in someone else’s hands. Trust is a confusing thing, it seems so simple but when you try to pin it down it can be allusive. I think of the way that my body sits on a surface that’s new to me, unknown, and how my muscles remain tight, anticipating anything and I’m constantly aware of that surface. Over time, with familiarity, I can relax and start to lean back. For many of us, that initial tension exists so much of the time. We expend so much energy watching and calculating, trying to predict, reading signals in people, ready for anything to change suddenly, preparing to be disappointed. So much energy spent. We talk about trust as something we build, as if it’s a structure or a thing; but in that building there seems to be something about letting go. And what it affords us is a luxury. It allows us to stop thinking, to stop worrying that someone won’t catch us if we fall, to stop constantly scanning for inconsistencies, to stop wondering how other people act when they’re not in our presence. It allows us to relax a part of our minds, so that we can focus on what’s in front of us, and that’s why it’s such a tragedy when it’s broken. A betrayal can make you think of all the other betrayals that are waiting for you and things you haven’t thought of and people you rely on. And you can feel yourself tightening up, bracing; and in the worst cases, you might resolve to trust no one. But that doesn’t really work. Trust is your relationship to the unknown, what you can’t control. And you can’t control everything. And it’s not all or none. It’s a slow and steady practice of learning about the capacity of the world. And it’s worth it to keep trying. And it’s not easy. Alya says that trust is like a fork --not one way, but many ways: physical, emotional, and maybe something else. I almost imagine trust as these invisible hands that we stretch out into the world, looking for someone to hold onto as we walk into the unknown future. Alya and Gael began practicing together as friends and now they are a couple. It took time. So who do you trust and how can you grow it?

martes, 31 de marzo de 2015

- Marguerite Duras - Escribir -





La soledad de la escritura es una soledad sin la que el escribir no se produce, o se fragmenta exangüe de buscar qué seguir escribiendo. Se desangra, el autor deja de reconocerlo.

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Alrededor de la persona que escribe libros siempre debe haber una separación de los demás. Es una soledad. Es la soledad del autor, la del escribir. Para empezar, uno se pregunta qué es ese silencio que lo rodea. Y prácticamente a cada paso que se da en una casa y a todas horas del día, bajo todas las luces, ya sean del exterior o de las lámparas encendidas durante el día. Esta soledad real del cuerpo se convierte en la, inviolable, del escribir. Nunca hablaba de eso a nadie. En aquel periodo de mi primera soledad ya había descubierto que lo que yo tenía que hacer era escribir. Raymond Queneau me lo había confirmado. El único principio de Raymond Queneau era éste: “Escribe, no hagas nada más”.

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Escribir: es lo único que llenaba mi vida y la hechizaba. Lo he hecho. La escritura nunca me ha abandonado.

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Mi habitación no es una cama, ni aquí, ni en París, ni en Trouville. Es una ventana determinada, una mesa determinada, ritos de tinta negra, huellas de tinta negra inencontrables, es una silla determinada. Y determinados ritos a los que siempre vuelvo, a donde quiera que vaya, dondequiera que esté, incluso en los lugares donde no escribo, como por ejemplo las habitaciones del hotel, el rito de tener siempre whisky en mi maleta en caso de insomnios o de súbitas desesperaciones. Durante aquel periodo tuve amantes. Rara vez he estado absolutamente sin amantes. Se acostumbraban a la soledad de Neauphle. Y según su encanto a veces esta soledad les permitía que, a su vez, escribieran libros. Raramente daba a leer mis libros a esos amantes. Las mujeres no deben hacer leer a sus amantes los libros que escriben. Cuando terminaba un capítulo, lo escondía. En lo que a mí respecta, es tan verdad que me pregunto qué pasa en otras partes y también cuando se es una mujer y se tiene un marido o un amante. En tal caso, también hay que esconder a los amantes el amor del marido. El mío nunca ha sido sustituido. Lo sé, todos los días de mi vida.

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Esta casa, esta casa es el lugar de la soledad, sin embargo da a una calle, a una plaza, a un estanque muy antiguo, al grupo escolar del pueblo. Cuando el estanque está helado, hay niños que vienen a patinar y me impiden trabajar. Les dejo hacer. Los vigilo. Todas las mujeres que han tenido hijos vigilan a esos niños, desobedientes, locos, como todos los niños. Pero, qué miedo, cada vez, el peor de los miedos. Y qué amor.

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La soledad no se encuentra, se hace. La soledad se hace sola. Yo la hice. Porque decidí que era allí donde debía estar sola, donde estaría sola para escribir libros. Sucedió así. Estaba sola en casa. Me encerré en ella, también tenía miedo, claro. Y luego la amé. La casa, esta casa, se convirtió en la casa de la escritura. Mis libros salen de esta casa. También de esta luz, del jardín. De esta luz reflejada del estanque. He necesitado veinte años para escribir lo que acabo de decir.

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Nunca he podido empezar un libro sin terminarlo. Nunca he hecho un libro que no fuera ya una razón de ser mientras se escribía, y eso, sea el libro que sea. Y en todas partes. E todas las estaciones. Por fin tenía una casa donde esconderme para escribir libros. Quería vivir en esta casa. ¿Para hacer qué? Empezó así, como una broma. Quizás escribir, me dije, podría.

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Hallarse en un agujero, en el fondo de un agujero, en una soledad casi total y descubrir que sólo la escritura te salvará. No tener ningún argumento para el libro, ninguna idea de libro es encontrarse, volver a encontrarse, delante de un libro. Una inmensidad vacía. Un libro posible. Delante de nada. Delante de algo así como una escritura viva y desnuda, como terrible, terrible de superar. Creo que la persona que escribe no tiene idea respecto al libro, que tiene las manos vacías, la cabeza vacía, y que, de esa aventura del libro, sólo conoce la escritura seca y desnuda, sin futuro, sin eco, lejana, con sus reglas de oro, elementales: la ortografía, el sentido.

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En la vida llega un momento, y creo que es fatal, al que no se puede escapar, en que todo se pone en duda: el matrimonio, los amigos, sobre todo los amigos de la pareja. El hijo, no. El hijo nunca se pone en duda. Y esa duda crece alrededor de uno. Esa duda está sola, es la de la soledad. Ha nacido de ella, de la soledad. Ya podemos nombrar la palabra. La duda, la duda es escribir. Por tanto, es el escritor, también. Y c antes de que esté completamente escrito; es decir: solo y libre de ti, que lo has escrito. Es tan insoportable como un crimen. No creo a la gente que dice: “He roto mi manuscrito, lo he tirado”. No lo creo. O bien lo que estaba escrito no existía para los demás, o no era un libro. Y uno siempre sabe lo que no es un libro. Lo que nunca on el escritor todo el mundo escribe. Siempre se ha sabido. Creo también, que sin esa duda primera del gesto hacia la escritura, no hay soledad. Nadie ha escrito nunca a dúo. Se ha podido cantar a dúo, también componer música y jugar al tenis; pero escribir, no. Nunca. Creo que el hecho de que un libro sea más o menos difícil de llevar hacia el lector, en la dirección de su lectura. Si no hubiera escrito me habría convertido en una incurable del alcohol. Es un estado práctico: estar perdido sin poder escribir más…Es ahí donde se bebe. Ya que uno está perdido y ya no se tiene nada que escribir, que perder, uno escribe. Mientras el libro está ahí y grita que exige ser terminado, uno escribe. Uno está obligado a mantener el tipo. Es imposible soltar un libro para siempre será un libro, no, no lo sabe. Nunca. Cuando me acostaba, me tapaba la cara. Tenía miedo de mí. No sé cómo no sé por qué. Y por eso bebía alcohol antes de dormir. Para olvidarme, a mí. Enseguida pasa a la sangre, y luego uno duerme. La soledad alcohólica es angustiosa. El corazón, sí. De repente late muy deprisa. Cuando yo escribía en la casa todo escribía. La escritura estaba en todas partes. Y cuando veía a los amigos, a veces no acertaba a reconocerlos. Hubo varios años así, difíciles, para mí, sí, diez años quizá, quizá duró diez años. Y cuando amigos incluso muy queridos acudían a visitarme, también era terrible. Los amigos nada sabían de mí: me apreciaban y acudían por gentileza creyendo que hacían bien. Y lo más extraño era que no me importaba. Eso hace salvaje la escritura. Se acerca a un salvajismo anterior a la vida. Y siempre lo reconocemos, es el de los bosques, tan antiguo como el tiempo. El del miedo a todo, distinto e inseparable de la vida misma. Uno se encarniza. No puede escribir sin la fuerza del cuerpo. Para abordar la escritura hay que ser más fuerte que uno mismo, hay que ser más fuerte que lo que se escribe. No es sólo la escritura, lo escrito, también los gritos de las bestias de la noche, los de todos, los vuestros y los míos, los de los perros. Es la vulgaridad masificada, desesperante, de la sociedad. El dolor. Siempre, eso creo.

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Un escritor es algo extraño. Es una contradicción y también un sinsentido. Escribir también es no hablar. Es callarse. Es aullar sin ruido. Un escritor es algo que descansa, con frecuencia, escucha mucho. No habla mucho porque es imposible hablar a alguien de un libro que se ha escrito y sobre todo de un libro que se está escribiendo. Es imposible. Es lo contrario del cine, lo contrario del teatro y otros espectáculos. Es lo contrario de todas las lecturas. Es lo más difícil. Es lo peor. Porque un libro es lo desconocido, es la noche, es cerrado, eso es. El libro avanza, crece, avanza en las direcciones que creíamos haber explorado, avanza hacia su propio destino y el de su autor. Un libro abierto también es la noche.

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Escribir a pesar de todo pese a la desesperación. No: con la desesperación. Qué desesperación, no sé su nombre. Escribir junto a lo que precede al escrito es siempre estropearlo. Y sin embargo hay que aceptarlo: estropear el fallo es volver sobre otro libro, un posible otro de ese mismo libro.

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Cuando un libro está acabado --un libro que se ha escrito, claro--, al leerlo, ya no podemos decir que ese libro es un libro que ha escrito uno , ni qué se ha escrito en él, ni en qué desesperación o en qué estado de felicidad, el de un hallazgo o de un fallo de todo tu ser. Porque, al fin y al cabo, en un libro, no se puede ver nada semejante. La escritura es uniforme en cierto modo, atemperada.

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La escritura ha existido siempre sin referencia alguna o bien es. Sigue siendo como el primer día. Salvaje. Diferente. Salvo la gente, las personas que circulan por el libro, nunca las olvida uno en el trabajo y el autor nunca las echa de menos. No, estoy segura, no, la escritura de un libro, el escribir. Pues es siempre la puerta abierta hacia el abandono. El suicidio está en la soledad de un escritor. Uno está solo incluso en su propia soledad. Siempre inconcebible. Siempre peligrosa. Sí. Un precio que hay que pagar por haber osado salir y gritar.

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En el libro hay eso: la soledad es la del mundo entero. Está por todas partes. Lo ha invadido todo. Sigo creyendo en esta invasión. Como todo el mundo. La soledad es eso sin lo que nada se hace. Eso sin lo que ya no se mira nada. Es un modo de pensar, de razonar, pero sólo con el pensamiento cotidiano. También eso está presente en la función de la escritura y ante todo quizá decirse que no es necesario matarse todos los días desde el momento en que todos los días podemos matarnos. Eso es la escritura del libro, no es la soledad. Hablo de la soledad pero no estaba sola, ya que tenía ese trabajo que sacar adelante, hasta la luz, ese trabajo de condenados: escribir.

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Nunca he mentido en un libro. Ni tampoco en mi vida. Excepto a los hombres. Nunca.

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Creo que lo que reprocho a los libros, en general, es eso: que no son libres. Se ve a través de la escritura: están fabricados, están organizados, reglamentados, diríase que conformes. Una función de revisión que el escritor desempeña con frecuencia consigo mismo. El escritor, entonces, se convierte, se convierte en su propio policía. Entiendo, por tal, la búsqueda de la forma correcta, es decir, de la forma más habitual, la más clara y la más inofensiva. Sigue habiendo generaciones muertas que hacen libros pudibundos. Incluso jóvenes: libros encantadores, sin poso alguno, sin noche. Sin silencio. Dicho de otro modo: sin auténtico autor. Libros de un día, de entretenimiento, de viaje. Pero no libros que se incrusten en el pensamiento y que hablen del duelo profundo de toda vida, el lugar común de todo pensamiento.

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Las grandes lecturas de mi vida, las sólo mías, son las escritas por hombres. Michelet. Michelet y más Michelet, hasta las lágrimas. No sé cómo me salí de lo que podríamos llamar una crisis, como si dijéramos crisis de nervios o crisis de embotamiento mental, de degradación, como sería un sueño artificial. La soledad, también era eso. Una especie de escritura. Y leer era escribir.

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Yo me parezco a todo el mundo. Creo que nunca nadie se ha vuelto hacia mí por la calle. Soy la banalidad. El triunfo de la banalidad. Como esa vieja dama del libro: Le Camion.

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Escribir, el espanto de escribir.

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Se escribe sin saberlo. Se escribe para mirar morir una mosca. Tenemos derecho a hacerlo. La soledad siempre está acompañada por la locura. Lo sé. La locura no se ve. A veces sólo se la presiente. No creo que pueda ser de otro modo. Cuando se extrae todo de uno mismo, todo un libro, forzosamente se está en el particular estado de cierta soledad que no se puede compartir con nadie. No se puede hacer compartir nada. Uno debe leer solo el libro que uno ha escrito, enclaustrado en el libro.

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Todo escribe a nuestro alrededor, eso es lo que hay que llegar a percibir; todo escribe, la mosca, la mosca escribe, en las paredes, la mosca escribió mucho a la luz de la sala, reflejada por el estanque. La escritura de la mosca podría llenar una página entera. Entonces sería una escritura. Desde el momento en que podría ser una escritura, ya lo es. Un día, quizás, a lo largo de los siglos venideros, se leería esa escritura, también sería descifrada, traducida. Y la inmensidad de un poema legible se desplegaría en el cielo. Pero, pese a todo, en algún lugar del mundo se escriben libros. Todo el mundo los escribe. Lo creo. Estoy segura de que así es. Que para Blanchot, por ejemplo, así es. La locura da vueltas a su alrededor. La locura también es la muerte.

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Hablaré de nada. De nada.

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La liberación se produce cuando la noche empieza a aposentarse. Cuando fuera cesa el trabajo. Queda Ese lujo nuestro, que nos pertenece, de poder escribirlo por la noche. Podemos escribir a cualquier hora. No sufrimos sanciones de reglas, horarios, jefes, armas, multas, insultos, polis, jefes y más jefes.

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Escribir. No puedo. Nadie puede. Hay que decirlo: no se puede. Y se escribe. Lo desconocido que uno lleva en sí mismo: escribir, eso es lo que se consigue. Eso o nada. Se puede hablar de un mal del escribir. Hay una locura de escribir que existe en sí misma, una locura de escribir furiosa, pero no se está loco debido a esa locura de escribir. Al contrario. La escritura es lo desconocido. Antes de escribir no sabemos nada de lo que vamos a escribir. Y con total lucidez. Es lo desconocido de sí, de su cabeza, de su cuerpo. Escribir no es ni siquiera una reflexión, es una especie de facultad que se posee junto a su persona, paralelamente a ella, de otra persona que aparece y avanza, invisible, dotada de pensamiento, de cólera, y que a veces, por propio quehacer, está en peligro de perder la vida. Si se supiera algo de lo que se va a escribir, antes de hacerlo, antes de escribir, nunca se escribiría. No valdría la pena. Escribir es intentar saber qué escribiríamos si escribiésemos --sólo lo sabemos después-- antes, es la cuestión más peligrosa que podemos plantearnos. La escritura: la escritura llega como el viento, está desnuda, es la tinta, es lo escrito, y pasa como nada pasa en la vida, nada, excepto eso, la vida.

lunes, 30 de marzo de 2015

- Alejandra Pizarnik - Diarios -



Sin saber cómo ni cuando, he aquí que me analizo. Esa necesidad de abrirse y ver. Presentar con palabras. Las palabras como conductoras, como bisturíes. Tan sólo con las palabras. ¿Es esto posible? Usar el lenguaje para que diga lo que impide vivir. Conferir a las palabras la función principal. Ellas abren, ellas presentan. Lo que no diga será examinado. El silencio es la piel, el silencio cubre y cobija la enfermedad. Palabras filosas (pero no son palabras sino frases y tampoco frases sino discursos). Imposibilidad de fraguar símbolos. De allí la imposibilidad de escribir obras de ficción.